Friday, November 21, 2014

El vegetariano y la política



Dedicado a Pablo, un amante de la carne al que quiero tanto como admiro

Sí, soy vegetariano. Hace algunos años decidí que lo correcto era dejar de comer carne y pescado. Aunque la decisión se ha mantenido, su motivación ha evolucionado y cambiado sustancialmente. Acabé desechando los argumentos ecológicos de mis inicios y me acabé decantando por razones de corte filosófico para justificar mi vegetarianismo. Siempre he sido consciente de que mi decisión siempre estará sometida a una re-evaluación continua. Puede que en el futuro me encuentre con argumentos que refuercen o cambien mi motivación para el vegetarianismo. También, quién sabe, puede que en algún momento un amigo, una cita, un artículo o un libro me acaben convenciendo de que en realidad hay argumentos más convincentes y poderosos para comer animales. No es algo que me angustie. Lo único que puedo decir es que, de momento, ser vegetariano me parece lo mejor que puedo hacer dada la evidencia de la que dispongo, mis creencias y mi visión del mundo.

Que el vegetarianismo sea “lo mejor” o “lo correcto” para mí no quiere decir que lo sea para el otro. Por eso no veo al “omnívoro” con ningún complejo de superioridad moral (ni, por cierto, creo que el vegano deba mirarme a mí con aires de suficiencia). ¿Quién soy yo para condenar a un carnívoro empedernido si hace, digamos, diez años yo era el primero en dar buena cuenta de cualquier plato de jamón que se me pusiera por delante? Lógicamente, y sería hipócrita negarlo, cuando sale el tema de la comida seguramente experimentaré mayor simpatía por la persona que decide no comer cerdo y ternera (aunque sí coma pollo y pescado) que por el carnívoro empedernido. Eso no está reñido con el hecho de entender las razones que el carnívoro tiene para adorar la carne. De hecho admito cierto interés por debatir el tema cuando me lo proponen porque me parece interesante intercambiar argumentos. Al fin y al cabo la re-evaluación constante de las ideas de uno funciona a través de esos diálogos e intercambios de ideas.

Como vegetariano no me engaño ante el hecho de que, por mucho que argumente y debata, mi postura es y será minoritaria. Se me hace difícil vislumbrar un futuro cercano (o incluso factible) en el que una mayoría de españoles renuncien al jamón ibérico, las gambas o el chorizo (o que mis colegas de Utah dejen las hamburguesas por el seitán). Pese a ello, me alegro cuando iniciativas como el Meatless Monday (los lunes sin carne) empiezan a ser más populares, o cuando cada vez hay más artículos denunciando el consumo excesivo de carne y recomendando su consumo en cantidades más moderadas o cuando cada vez más menús en restaurantes se aseguran de incluir al menos una opción vegetariana. No es mi mundo ideal (y probablemente nunca lo será), pero es algo que se le parece más. Así pues, vale la pena seguir hablando, visibilizándonos (por ejemplo preguntando por opciones vegetarianas en restaurantes que no las incluyen en su menú) y, en definitiva, intentando que las cosas se parezcan un poco más a ese “ideal vegetariano” que albergo. 

En ocasiones pienso que mi vegetarianismo ha sido determinante en mi manera de entender la política. Me gustaría que la gente estuviera abierta a reexaminar constantemente sus ideas y que no nos desesperáramos o despreciásemos al otro cuando defiende posturas diametralmente opuestas a las nuestras. Lo ideal sería entrenar nuestra simpatía crítica para entender de dónde provienen esas diferencias con el otro. Todo esto, claro está, no debería estar reñido con luchar y perseguir lo que creemos que es justo. En este sentido, seguramente sería útil tener claro quién podría ser nuestro potencial aliado en la batalla política... aunque coman pollo o pescado de vez en cuando. La cerrazón en nuestro propio grupúsculo sólo es una buena receta para la irrelevancia. Al fin y al cabo creo que ha quedado claro que no toda la “casta omnívora” es lo mismo, ¿no? Seguramente, si uno está condenado a ser una minoría absoluta (o incluso si no lo está), hay que lidiar con la certeza de que el mundo no se transformará en lo que queremos de la noche a la mañana y que quizá tampoco lo hará el año que viene. Sin embargo eso no puede ser excusa para caer en la inmovilidad o no luchar por lo que creamos justo. Y, por descontado, bienvenidos sean los que nos animen a movernos un poco más e intenten convencernos de que sí se puede… ¡porque claro que se puede!

Dicho esto, tampoco conviene hacerme mucho caso. Al fin y al cabo recuerden que soy un tipo capaz de decir que el tofu está bueno.

Steuart y la economía como freno al absolutismo

En The Passions and the Interests. Political Arguments for Capitalism before its Triumph, Hirschman rescata la siguiente cita de James Steuart:
"The power of a modern prince, let it be, by the constitution of his kingdom, ever be so absolute, immediately becomes limited so soon as he establishes the plan of oeconomy which we are endeavouring to explain. If his authority formerly resembled the solidity and force of the wedge (which may indifferently be made use of, for splitting timber, stones and other hard bodies, and which may be thrown aside and taken up again at pleasure), it will at length come to resemble the delicacy of the watch, which is good for no other purpose than to mark the progression of time, and which is immediately destroyed, if put to any other use, or touched with any but the gentlest hand.
[A] modern oeconomy, therefore, is the most effectual bridle ever was invented against the folly of despotism"
Como el propio Hirschman comenta, el autor es un economista político del siglo dieciocho que considear al monarca como una figura clave para guiar la economía del país en la buena dirección. Sin embargo, la cita transpira alivio y confianza en los mecanismos económicos como un medio eficaz de frenar los excesos (folly) absolutistas del jefe de Estado. La economía como freno y contrapeso de la política, algo radicalmente opuesto a la visión actual (muy extendida en algunos sectores) de la política como víctima de la dictadura de los mercados.

La cita me parece extremadamente interesante por las ideas que inmediatamente le asaltan a uno:
1. La relación entre política y economía (o entre Estado o mercado) no ha estado siempre sujeta al mismo tipo de preguntas o inquietudes.
2. La Historia es fundamental para identificar los cambios institucionales en el funcionamiento del Estado y su relación con la esfera económica durante los últimos siglos. El Estado de hoy no es comparable al de hace dos siglos.
3. Los libertarios más radicales viven anclados en ese mundo del siglo dieciocho en el que el Estado sólo es capaz de locuras y excesos absolutistas mientras que la izquierda (¿alguna izquierda?) hace gala de una confianza excesiva en las posibilidades del Estado y una desconfianza también excesiva en el mercado como contrapeso/complemento indisociable del Estado moderno. Una visión más amplia del cambio institucional y el rol del Estado ayudaría a matizar y contextualizar muchas de estas ideas que aparecen recurrentemente en el debatre político. 


En resumen, hablamos mucho del Estado pero me temo que no disponemos de una teoría demasiado clara de lo que es, cómo funciona y de su evolución a lo largo de los últimos siglos. Puede que los historiadores económicos podamos ser útiles después de todo.