Thursday, September 30, 2010

A doll

"It’s the last year of Kafka’s life, and he’s fallen in love with Dora Diamant, a young girl of nineteen or twenty who ran away from her Hasidic family in Poland and now lives in Berlin. He gets to Berlin in the fall of 1923 and dies the following spring, but those last months are probably the happiest months of his life.

Every afternoon, Kafka goes out for a walk in the park. More often than not, Dora goes with him. One day, they run into a little girl in tears, sobbing her heart out. Kafka asks her what’s wrong, and she tells him that she’s lost her doll. He immediately starts inventing a story to explain what happened. ‘Your doll has gone off on a trip,’ he says. ‘How do you know that?’ the girl asks. ‘Because she’s written me a letter,’ Kafka says. The girl seems suspicious. ‘Do you heave it on you?’ she asks. ‘No, I’m sorry,’ he says, ‘I left it at home by mistake, but I’ll bring it with me tomorrow.’

Kafka goes straight home to write the letter.

The next day, Kafka rushes back to the park with the letter. The little girl is waiting for him, and since she hasn’t learned how to read yet, he reads the letter out loud to her. The doll is very sorry, but she’s grown tired of living with the same people all the time. She needs to get out and see the world, to make new friends. It’s not that she doesn’t love the little girl, but she longs for a change of scenery, and therefore they must separate for a while. The doll then promises to write the girl every day and keep her abreast of her activities.

That’s where the story begins to break my heart. It’s astonishing enough that Kafka took the trouble to write the first letter, but now he commits himself to the project of writing the letter every day. He kept it up for three weeks. Three weeks. One of the most brilliant writers who ever lived sacrificing his time – his ever more precious and dwindling time – to composing imaginary letters from a lost doll. Dora says he wrote every sentence with excruciating attention to detail, that the prose was precise, funny, and absorbing. In other words, it was Kafka’s prose and every day for three weeks he went to he park and read another letter to the girl.

The doll grows up, goes to school, gets to know other people. She continues to assure the girl of her love, but she hints at certain complications in her life that make it impossible for her to return home. Little by little, Kafka is preparing the girl for the moment when the doll will vanish from her life forever. He finally decides to marry off the doll. He describes the young man she falls in love with, the engagement party, the wedding in the country, even the house where the doll and her husband now live. And then, in the last line, the doll bids farewell to her old and beloved friend.

By that point, of course, the girl no longer misses the doll. Kafka has given her something else instead, and by the time those three weeks are up, the letters have cured her of her unhappiness".

Paul Auster, The Brooklyn Follies

Traducción española aquí.

Canción del día/Chanson du jour


12 comments:

Anonymous said...

Una narración preciosa sobre el poder salvador de la literatura.
Jordi Sierra i Fabra ha escrito un libro infantil basado en este dato biográfico:"Kafka y la muñeca viajera", en Siruela.
En las páginas finales, a modo de apéndice, el autor reconoce haberse inspirado en un artículo periodístico de César Aira de 2004(http://www.elpais.com/articulo/semana/muneca/viajera/elpepuculbab/20040508elpbabese_11/Tes).
En este sentido, es imposible que todo aquel que haya visto la película Amélie (2001, Jean-Pierre Jeunet), no reconozca una analogía entre las cartas que le envía un gnomo de jardín al padre de la protagonista y lo que aquí se cuenta, dicen las críticas.
Hay casualidades que parecen dirigidas por la causalidad:"Al parecer no somos nosotros los que manejamos los hilos de la "realidad" como se dice en la Iliada que ocurría en Troya" (cita de un libro de Adelaida Gª Morales basado en...un cuento de Kafka: "El silencio de las sirenas").


"Nos queda la palabra"...y puede ser muy poderosa.Para desesperación de algunos.

Mia Wallace said...

Me encanta este libro en general (veo que te animastes a iniciarte en el mundo del señor Auster) y la historia que transcribes en particular.
Coincido con Anonymous en cuanto al poder (muchas veces subestimado) de la palabra. Mejor, de las palabras. Como a esa niña, han hecho muy feliz a otras tantas almas descarriadas.

PS: cuando en algún momento te dejen libres esas lecturas formales del grupo de Historia Económica, échale un ojo a otro par de libros de Auster: "Libro de las Ilusiones" ó "La trilogía de Nueva York"

Hank Quinlan said...

Brooklyn follies es mi libro favorito de Auster.

Pero esa historia no (me) habla del poder salvador de la literatura. El redimido es Kafka, no la niña.

Alvagó said...

La aportación anónima (¿por qué la veo relacionada con otros comentarios igualmente interesantes en blogs paralelos?), apunta muy acertadamente a Amélie. Creo que fue uno de los resortes mentales que saltaron inmediatamente. Debilidades personales, sin duda.
Parece que hay poco de casual en esta entrada dado que tampoco es casualidad que The Brookly Follies sea el libro de Auster preferido por Quinlan (quizá sea útil evocar una tarde quelconque en una franquicia de comida asiática de Valencia).

PD: Tengo los títulos que sugieres en lista de espera, Sara. The Brooklyn Follies me está sentando tan bien que no descarto atacar los otros dos en breve (probablemente en cuanto caiga el siguiente brunch en esa librería-cafetería que tanto me gusta llamada Kramerbooks). Mira por dónde acabo de darme cuenta de que seguro que habrá un brunch en Karmerbooks en la última semana de enero... ;)

Anonymous said...

¿Por qué extraño mecanismo mental Quinlan ha deducido que el poder salvador se refería a la niña y no a Kafka?
Si el redimido es Kafka,¿no lo es por la literatura? ¿Por qué escribe un autor si no es para redimirse? Por qué leemos si no es para salvarnos?
En mi referencia no hay sujeto.
En fin, misterios de las palabras.
Palabras que no siempre dicen lo que quieren decir y que no siempre se entienden como fueron dichas.

Alvagó, veo que tu olfato funciona.
Aunque es verdad que la pista que te dejé no era difícil.
La próxima vez será más complicado. No está mal este juego.

Alvagó said...

Acepto el juego aunque reconozco que la fría (y necesariamente) impersonal etiqueta de "anonymous" me incomoda un poco... ¿algún pseudónimo en mente?.. ;)

Hank Quinlan said...
This comment has been removed by the author.
Hank Quinlan said...

Las palabras las carga el diablo, por eso son una temida arma de futuro. Pero seamos discurso, y digamos que en tu referencia no hay sujeto humano, pero sí un sujeto actor con poder salvador: la literatura, y entonces escribimos para salvarnos. Y me da la sensación que en el mundo de Auster la literatura no salva a nadie, ni siquiera a él mismo.



Si fuéramos poetas, por un segundo, diríamos que vemos a Kafka decidir fundirse en un abrazo dulce y frío con la Aline del puente de Cortázar, la niña, para inmolar voluntariamente su poder de crear, esas tres semanas de la preciosa vida que se le escapa para salvarse, quedándose allí, en el puente, aterido de frío, viendo cómo ella, con su pelo un poco suelto contra el viento, y sin girarse, termina yéndose. 



Mi interpretación interesada continúa viendo a Kafka salvarse por renunciar al ejercicio de la literatura, y elegir la vida, para declararse poema, como yo ahora mismo, cuando digo que es por la tarde en el cálido Sur. Y que esta noche toca pescado, y amigos. Y que creo que me voy a DC este Noviembre a comer tapas con otro amigo que vuelvo a echar de menos.



'Hay que elegir entre tapas y pescado o literatura', nos grita Kafka desde el centro del puente, y yo le digo que sí sonriendo mientras me llevo a la niña de la mano, y justo en el momento en el que nos pierde de vista, tumbado en el centro del puente, saco de mi chistera una preciosa muñeca que le tiendo a la niña, que me devuelve una preciosa sonrisa, interminable e incierta como esta vida.

Mia Wallace said...

Quién fuera poema, como Jaime en amplias avenidas.Ni poemas ni poetas. La niña vivió feliz con esa muñeca,al otro lado del puente,echando de menos las cartas de Kafka.Salvadores y salvados. Y aquellos que ya no sabemos lo que decimos a estas horas de la noche.

Ps: me apunto lo del brunch....

Besos

Anonymous said...

La vida se impone a través de palabras tan bellas que la literatura se rinde a ella.
Felicidades, sargento.
Pero no todos tienen, como tú, la capacidad liberadora de rendir la literatura ante la vida.
La mayoría vive enjenada en un mundo dominado por esas palabras cargadas por Satanás que abotargan su pensamiento y le cercenan las alas.
Su lenguaje se ciñe estrictamente a su capacidad de sobrevivir. Y eso reduce mucho las posibilidades.
Gente como tú sabe navegar sola.
Pero...-siempre un pero-, ¿dónde han aprendido a hacerlo?,¿quizá en la literatura? ¿Celaya, por ejemplo? ¿Quizá en el inconformismo de los poetas con las palabras? ¿No se llega a la libertad por el inconformismo? ¿No se nutre de libertad el pensamiento?
Tus palabras salvan de la literatura y lo hacen a través de ella.
Quizá me equivoqué de término en mi primera entrada: no era salvación, sino consuelo.
Algo perfectamente compatible con pescado y tapas.
Literatura y vida no son antagónicas, sino compañeras.
¿Por qué no comentar un buen libro mientras se tapea?
Un placer estimulante este cruce de reflexiones literario-vitales.
Mis respetos, sargento.

Anonymous said...

Alvagó, tomo nota de tu incomodidad.
Tienes toda la razón.
Me estoy buscando un nombre..., pero eso lleva su tiempo. El que nos asignaron era impuesto, este es elegido y , por tanto, soy absolutamente responsable de él.
Ya me conoces...

Alvagó said...

Escribo desde un aula vacía del viejo departamento de Economía de la Universidad Maryland. Es viernes y son casi las seis de la tarde. La gente ha volado rápidamente a sus casas tras una clase práctica con Stata de dos horas. Mi cabeza está a punto de estallar tras una sobredosis de códigos, regresiones y ejercicios para las próximas dos semanas que amenazan seriamente el siempre precario equilibrio de mi agenda y de mis horas de sueño. También he empezado a sentir el frío interior que a veces me invade tras un bombardeo de refinamiento técnico y preguntas que se me escapan y que hacen perder el hilo de la sesión y de todo en general. Entonces he decidido tomarme mi venganza personal. Profanando este santo lugar de la reflexión económica, me he quedado tranquilamente abriendo la página de mi blog y releyendo el debate entre esos dos poetas de la vida a los que tanto quiero en el mismo escenario donde hace pocos minutos freía mis neuronas frente a una pantalla de ordenador proyectada en la pared. Ha funcionado: me siento mejor y me voy al gimnasio con la sensación de que el fin de semana puede comenzar y de que la econometría puede esperar un poco para ser asaltada sin prisas pero sin pausa.