Monday, February 21, 2011

Revolución, desarrollo y cambio institucional: el caso de los países árabes

Las revueltas en países árabes han despertado un cierto sentimiento de optimismo y esperanza entre la opinión pública occidental. El sentir general es que podríamos asistir a la instauración de regímenes más democráticos en varios países de África. Túnez y Egipto son, claro está, los ejemplos más claros de esto. Algunos también se preguntan por la posibilidad de que el movimiento se extienda a otros países. Sin ánimo de ser demasiado aguafiestas, las revoluciones populares que hemos vivido en los últimos días me llevan más bien a adoptar una actitud sumamente prudente al redescubrirme lo lejos que estamos de comprender los mecanismos que aseguran la estabilidad de la democracia y garantizan un cambio institucional sostenible y creíble.
Una de las características de los países en vías de desarrollo es el papel que las élites juegan a la hora de garantizar un orden que contenga las tensiones y la tendencia a una explosión de violencia entre facciones o grupos de interés. Esto no es algo característico de los países pobres: Max Weber ya nos mostró el rol que el Estado tiene a la hora de monopolizar la violencia legítima y, desde una óptica más general, los distintos órdenes sociales a lo largo de la historia pueden verse como distintos intentos de controlar la amenaza de violencia que subyace en todas las sociedades. Al fin y al cabo, sólo después de lograr un "equilibrio pacífico" la sociedad puede preocuparse de producir, establecer relaciones comerciales o desarrollar las organizaciones que darán forma a las instituciones políticas y económicas. África es un ejemplo magnífico de cómo una primera respuesta para controlar la violencia pasa por un sistema de privilegio económico y político que beneficia a los grupos con mayor poder militar. Estos privilegios llevan a la creación de unas rentas económicas y políticas que, a pesar de su ineficiencia, previenen la explosión de violencia al "comprar" la lealtad de las élites: éstas prefieren gozar de los privilegios obtenidos en lugar de enzarzarse en luchas y guerras civiles (o no...). Una vez más, cabe recordar que esta lógica no es exclusiva de los países pobres contemporáneos: la Europa de antes de 1800 responde a esta misma lógica y sólo a partir de 1800 podemos encontrar algunos países que empiezan a gozar de lo que actualmente conocemos como un sistema económico y político desarrollado (en otras palabras: democracia, libertad económica y Estado del bienestar).
El desafío consiste en entender los mecanismos que permiten pasar de la lógica de privilegio (o acceso limitado) a otro orden en el que democracia y libertad económica mantienen el equilibrio virtuoso en el que algunos países nos encontramos.
Esto lleva a varias conclusiones y preguntas que dejo deliberadamente abiertas porque no tengo una respuesta clara aunque espero estar avanzando modestamente con el tipo de clases, profesores e investigación que Maryland me brinda:
- Necesitamos una teoría del cambio institucional que seguramente necesitará integrar el rol de la ideología y de las creencias así como una teoría de las organizaciones que vaya más allá de los clásicos en la disciplina. Ya se han dado pasos en este sentido pero la formidable complejidad del tema exige tiempo para que el lento pero implacable proceso de acumulación y avance marginal del conocimiento nos dé progresivamente resultados algo más estructurados.
- Para comprender el proceso de desarrollo, debemos entender las interacciones entre política y economía. Tanto los órdenes de acceso limitado como los órdenes sociales abiertos de los países desarrollados se caracterizan por una interacción entre la esfera económica y política que mantienen el equilibrio en el que se encuentra la sociedad. Mi escepticismo (o preocupación) sobre las perspectivas de Túnez o Egipto se debe a la poca atención que se presta a la realidad económica de estos países: no basta con garantizar elecciones abiertas y democráticas. ¿Seguirán en pie los privilegios económicos que benefician a una pequeña (aunque poderosa) parte de la población?, ¿quién asegura la credibilidad del nuevo gobierno? De momento sólo parece haber un inquietante vacío de poder en el que el ejército es amo y señor de la situación y la eterna amenaza de lucha entre facciones parece más real que nunca.
- En mi opinión, estas preguntas, dudas e inquietudes confirman más si cabe el interés de la historia económica para ayudarnos a comprender y a avanzar en el debate. La experiencia de los first movers nos ofrece algunas pistas de los factores que pueden contribuir a un desarrollo político y económico sostenible y efectivo. En los siglos XVIII y XIX los Estados Unidos, Inglaterra y Francia fueron los primeros países que culminaron esta transición a regímenes abiertos. ¿Cómo lo lograron? España ofrece en el siglo XX otro ejemplo más que interesante con su transición en los años 70. Por desgracia, España también nos muestra que tener elecciones democráticas no es, ni mucho menos, una condición suficiente para garantizar el éxito y la sostenibilidad del proceso de desarrollo. De ningún modo podemos concebir el cambio social como un proceso teleológico que desemboca necesariamente en la apertura política y económica: la II República española es un ejemplo dramático de cómo las viejas lógicas económicas pueden suponer un obstáculo insalvable para un nuevo orden.
No perdamos la esperanza, pero tomemos nota de todo esto cuando nos enfrentemos a los fascinantes cambios que están ocurriendo en los países árabes.

Monday, February 14, 2011

Visitas

Visitas que llenan la casa, pasean por Washington DC, ríen de todo y de todos, diseccionan el lenguaje, motivan cenas hispanoamericanas, descubren el Nuevo Mundo, practican la traumatoterapia, se pierden en la Gran Manzana, debaten sobre lo divino y lo humano, se burlan de nuestros pudores, se pierden en librerías, recomiendan mil y una series y películas, se estremecen ante el poder de la propaganda, profundizan en el vicio del comprador compulsivo de libros, tararean estribillos inolvidables, se pierden en la jungla de asfalto, sufren los rigores del invierno washingtoniano, sobreviven a noches sin electricidad, hacen resonar los acentos de la terreta, nos hablan con la melodía de los aceituneros altivos, nos refrescan con la entrañabilidad de toda la vida... Grandes visitas.

Canción del día / Chanson du jour
Nacho Vegas & Manel_Con un beso me bastó by Topete

Tuesday, February 8, 2011

Interlude

"In this world, there are two times. There is mechanical time and there is body time. The first is as rigid and metallic as a massive pendulum of iron that swings back and forth, back and forth, back and forth. the second squirms and wriggles like a bluefish in a bay. The first is unyielding, predetermined. The second makes up its mind as it goes along.

Many are convinced that mechanical time does not exist. When they pass the giant clock on the Kramgasse they go not see it; nor do they hear its chimes while sending packages on Postgasse or strolling between flowers in the Rosengarten. They wear watches on their wrists, but only as ornaments or as courtesies to those who would give timepieces as gifts. They do not keep clocks in their houses. Instead, they listen to their heartbeats. They feel the rhythms of their moods and desires. Such people eat when they are hungry, go to their jobs at the millinery or the chemist''s when they wake from their sleep, make love all hours of the day. Such people laugh at the thought of mechanical time. They know that time moves in fits and starts. They know that time struggles forward with a weight on its back when they are rushing an injured child to the hospital or bearing the gaze of a neighbor wronged. And they know too that time darts across the field of vision when they are eating well withfriends or receiving praise or lying in the arms of a secret lover.

Then there are those who think their bodies don''t exist. They live by mechanical time. They rise at seven o''clock in the morning. They eat their lunch at noon and their supper at six. They arrive at their appointments on time, precisely by the clock. They make love between eight and ten at night. They work forty hours a week, read the Sunday paper on Sunday, play chess on Tuesday nights. When their stomach growls, they look at their watch to see if it is time to eat. When they begin to lose themselves in a concert, they look at the clock above the stage to see when it will be time to go home. They know that the body is not a thing of wild magic, but a collection of chemicals, tissues, and nerve impulses. Thoughts are no more than electrical surges in the brain. Sexual arousal is no more than a flow of chemicals to certain nerve endings. Sadness no more than a bit of acid transfixed in the cerebellum. In short, the body is a machine, subject to the same laws of electricity andmechanics as an electron or clock. As such, the body must be addressed in the language of physics. And if the body speaks, it is the speaking only of so many levers and forces. The body is a thing to be ordered, not obeyed.

Taking the night air along the river Aare, one sees evidence for the two worlds in one. A boatman guages his position in the dark by counting seconds drifted in the water''s current. "One, three meters. Two, six meters. Three nine meters." His voice cuts through the black in clean and certain syllables. Beneath a lamppost on the Nydegg Bridge, two brothers who have not seen each other for a year stand and drink and laugh. The bell of St. Vincent''s Cathedral sings ten times. In seconds, lights in the apartments lining Schifflaube wink out, in a perfect mechanized response, like the deductions of Euclid''s geometry. Lying on the riverbank, two lovers look up lazily, awakened from a timeless sleep by the distant church bells, surprised to find that night has come.

Where the two times meet, desperation. Where the two times go their separate ways, contentment. For, miraculously, a barrister, a nurse, a baker can make a world in either time, but not in both times. Each time is true, but the truths are not the same".

Alan Lightman, "24 April 1905", Einstein's dreams