Como aprendiz de historiador económico, estoy introduciéndome en el arte de bucear en archivos y bibliotecas.
Durante mi estancia de tres semanas en Madrid a finales de enero, visité unos cinco archivos y tres bibliotecas. A pesar de contar con una plantilla francamente competente y amable, a la hora de acceder a las salas de investigación me topé con unos criterios de acceso variados pero muy restrictivos en general: nada de cámaras, debían utilizarse cuartillas (en ocasiones ni siquiera folios A4), lápices (a menudo nada de bolígrafos o plumas) y sólo el Archivo del Congreso de los Diputados y la Biblioteca Nacional disponían de wi-fi para el usuario. Ni que decir tiene que las fotocopias de los documentos se pagaban a precio de oro. Con suerte, si la orden al servicio de reprografía se tramitaba como "urgente" y no se trataba de un número excesivo de copias, las fotocopias podían estar listas en dos o tres días. En el Archivo General de la Administración tardaron un mes y medio en mandar a mi casa las 50 fotocopias que pedí.
En estos momentos escribo desde la "Hispanic Reading Room" de la Library of Congress de Washington mientras espero que me lleguen los anuarios militares de España (la Library of Congress, por cierto, tiene los fondos más completos sobre la Guerra Civil que existen fuera de España). Se me permite la entrada con memorias USB, lápices, bolígrafos, bloc de notas u ordenador portátil. A la hora de obtener copias, tengo a mi entera disposición un escáner. Tomar fotografías de los documentos también está permitido.
El señor Pérez, el afable bibliotecario gallego de la sala que ya tiene problemas para encontrar la versión española de algunas palabras, me lo resume con la mayor naturalidad: "nos visitan muchos investigadores extranjeros y sacar copias en papel de todos los documentos es muy caro e incómodo por su volumen".
Intolerancias
2 months ago
1 comment:
Es lo que tiene la emigración, que te abre los ojos, y te permite descubrir cómo se desperdicia el conocimiento en el extranjero. En España el Saber está guardado, inmutable, bajo siete llaves que duermen en un mostoso bolsillo inaccesible.
Así evitamos que se corrompa, cambie, o crezca.
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