A raíz de la
prohibición de las corridas de toros en Cataluña, hemos asistido a multitud de reacciones en uno y otro bando. Me parece particularmente interesante abordar algunas de las razones esgrimidas en el bando que se ha mostrado a favor de las corridas de toros. Intentaré demostrar que el debate, lejos de estar relacionado con España u otros asuntos políticos con los que se ha intentado relacionar la cuestión al tratarse de una propuesta que se ha tratado en el Parlament de Catalunya, sólo puede ser articulado en términos morales. La mayoría de las razones que han sido evocadas me parecen poco consistentes y condenadas al fracaso. Con esta entrada espero contribuir modestamente a centrar la discusión en lo que yo creo que debe ser el
quid de la cuestión. Empecemos por tanto por analizar las principales líneas de argumentación en favor de las corridas de toros para mostrar por qué, en mi opinión, no ofrecen una justificación sólida a la causa que pretenden defender:
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Las corridas de toros deben mantenerse porque forman parte de la tradición de España. Este argumento
fue esgrimido por la presidenta del PP de Cataluña Alicia Sánchez Camacho para explicar el apoyo de su partido a la abolición de las corridas en Canarias. Sánchez Camacho declaró que la medida canaria era justificable porque "allí no había tradición". Evocar la tradición como justificación para las corridas es un argumento extremadamente débil y vulnerable. Tradicionalmente, la pena de muerte formó parte del código penal español. Dentro de esta insostenible práctica, el
garrote vil se constituyó entre 1820 y 1978 como una de las más macabras e insultantes tradiciones españolas en el ajusticiamiento de presos. Ahorraré gastar tiempo y esfuerzo en explicar hasta qué punto está justificada la abolición de semejantes tradiciones. Si bien pueden existir elegantes argumentos intelectuales -con tintes algo hayekianos- para justificar ciertas tradiciones a través de una funcionalidad evolutiva (en otras palabras: la tradición puede reflejar instituciones que se han mostrado eficaces a lo largo del tiempo para hacer frente a determinados problemas), creo que es evidente que la tradición
per se no inmuniza a ninguna práctica social. Las corridas de toros no pueden, pues, defenderse por el mero hecho de formar parte de la tradición española.
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Las personas en contra de las corridas sólo piensan en los animales y se olvidan de los derechos de las personas. En esta línea,
Dolors Montserrat, portavoz del PP de Cataluña criticó a los animalistas porque "no piensan en el tema del aborto" y "sí en los animales". Este argumento tampoco resiste un análisis mínimamente serio. Estar en contra o a favor de las corridas no es incompatible con tener un papel activo en otros debates y campañas relacionadas con los derechos humanos, el aborto o la salvación de las ballenas. Mientras no se establezca una (a mí modo de ver imposible) relación entre el llamado movimiento animalista y el activismo en otras cuestiones sociales, este argumento carece de validez.
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La prohibición de las corridas es un ataque a la libertad. En este sentido, el llamado
Manifiesto de la Mercé reza en su alegato en favor de las corridas que "cada vez que la libertad de alguien se ve negada o limitada la libertad de todos pierde peso". El president de la Generalitat
José Montilla manifestó lo siguiente poco después de la votación que prohibió las corridas en Cataluña: "Creo en la libertad, por eso voté en contra de la prohibición". Empecemos por el argumento más grosero para intentar demostrar la poca consistencia de este argumento pretendidamente "libertario": los partidos políticos en España hacen un uso extensivo de la prohibición en asuntos como el consumo de drogas (al margen del alcohol y el tabaco), l
a posibilidad de pasear desnudos por la ciudad o la posibilidad de circular a más de 120 km/h en las autopistas. Sería interesante que Montilla se manifestase en contra de alguna de estas prohibiciones (especialmente en lo de las drogas desde mi punto de vista). Hilemos más fino aún: incluso las teorías filosóficas más preocupadas por la libertad reconocen la necesidad de establecer ciertos límites (o prohibiciones) en las relaciones sociales precisamente para proteger dicha libertad. Los libertarios -adalides por excelencia de la
libertad negativa- defienden los derechos de propiedad con un vigor que casi podría calificarse de fervor religioso. Ello implica que en un orden libertario ideal, debe existir la
prohibición de atentar contra lo que alguien ha adquirido en una transacción voluntaria. El liberalismo igualitario de Rawls, por su parte, establece en su primer principio de la justicia que
"Cada persona debe tener un derecho igual al esquema más extenso de libertades básicas que sea compatible con un esquema semejante de libertades para los demás" (las cursivas son mías). Dicho de otro modo, tanto libertarios como liberales igualitarios rawlsianos aceptan la necesidad de restringir la cantidad de comportamientos aceptables en una sociedad
libre (ya sea para respetar los derechos de propiedad o para garantizar libertades que sean extensibles a todo el mundo). La prohibición, al margen de ser un instrumentos ampliamente aceptado en nuestros estados contemporáneos, no está necesariamente reñida con la libertad. Las afirmaciones de Montilla y del Manifiesto de la Mercé quedan reducidos a poco menos que demagogia.
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La prohibición de las corridas es pura demagogia porque no se aborda la prohibición de otras fiestas igualmente crueles con los toros como, por ejemplo, els correbous. Aunque comparto la lógica de este argumento, no creo que este razonamiento sea suficiente para desvirtuar la prohibición de las corridas de toros. Si aceptamos que tanto las corridas como los correbous son actos que deben desaparecer, empezar por las corridas es un paso en la buena dirección. Quizá incluso puede argumentarse que un proceso gradual que acabe primero con las corridas y luego, en el medio/largo plazo, con los correbous puede ser más factible y efectivo.
Por lo tanto ni la tradición, ni la pretendida despreocupación de los animalistas por otros asuntos sociales, ni la preocupación por la libertad frente a la "prohibición", ni un supuesto carácter parcial de la propuesta ofrecen vías prometedoras para combatir la ILP que ha acabado en la prohibición de las corridas en Cataluña. ¿Cuál debe, pues, ser el centro del debate? En mi opinión, la objeción o el tema más interesante en este asunto es el siguiente:
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Los toros, en tanto en cuanto no son seres humanos, no pueden ser titulares de derechos y, más generalmente, no deben entrar en nuestras consideraciones morales. He aquí la pregunta fundamental para la que no tengo una respuesta definitiva ni pretendidamente demoledora. La llamada postura "pro-taurina" en este punto se deja entrever cuando, por ejemplo,
David Pérez, portavoz del PSC, declara que "Esta [la corrida de toros] es una tradición respetable y que no hace daño a
nadie" (el subrayado es mío). Los toros son equiparados a "nadie". Son "algo" cuyo sufrimiento no debe ser tenido en cuenta. En cierto modo, los argumentos analizados anteriormente también asumen implícitamente este razonamiento: se defiende la libertad frente a la prohibición porque no hay nada de malo en atentar contra los toros, se esgrime la tradición porque no se considera que se esté realizando un acto moralmente objetable como la pena de muerte... el problema es que, como hemos visto, se desplaza el centro de atención hacia cuestiones secundarias y no se aborda directamente el
único punto que, a mi modo de ver, se discute con esta propuesta: ¿hay algo intrínsecamente injusto o malo en las corridas?
Personalmente, me inclino por la postura en favor de los derechos de los animales. Creo que no es justo infligir un daño injustificado a los animales y que provocarles la muerte por deleite personal o gastronómico no está justificado. Por desgracia, la cuestión no es tan sencilla y soy consciente de que los argumentos contrarios son poderosos y merecen una atención mucho más detallada de la que puedo ofrecer aquí. Como dije al principio, mi único objetivo con esta entrada era centrar el debate sobre las corridas en el único punto al que le encuentro consistencia e interés: la justicia de las corridas a partir del debate en torno a los derechos de los animales (en este caso los toros) y la pertinencia de incluirlos en las consideraciones morales por las que se rigen nuestras sociedades.
Aunque Peter Singer y su
Liberación Animal sería una de las opciones más lógicas para concluir, he escogido una cita de Robert Nozick (persona poco sospechosa de descuidar la importancia de la libertad, por cierto) para acabar. El texto está extraído de
Anarchy, State and Utopia (extracto disponible en francés
aquí):
"Los animales importan. Ciertos animales superiores [sic.] al menos deberían recibir alguna consideración en las deliberaciones humanas sobre lo que conviene hacer. Esto es difícil de probar. También es difícil probar que las personas importan. (...). Si, quizá para seguir el ritmo de cierta canción, tuviera ganas de chascar los dedos y supiera que, por alguna extraña razón de causa-efecto, el hecho de chascar sus dedos provocaría una muerte dolorosa, o incluso sin sufrimiento, a 10 000 vacas felices que no le pertenecen, ¿sería esto un problema? ¿Habría alguna razón por la que sería moralmente condenable actuar de tal modo?"