0/2. Los dos exámenes de Agosto se han resisitido hasta el punto de que, haciendo buenos los escenarios más negativos, tendré que repetirlos en Enero. Un golpe duro a un orgullo -quizás- demasiado grande y -con toda seguridad- demasiado mimado al estar acostumbrado a jugar y a ganar siempre.
El fin de semana ha sido desconcertante y algo triste, pero en estas situaciones no hay lugar para demasiados lamentos y tampoco debería haberlo para dramatizaciones y exageraciones varias que sólo sacan las cosas de quicio. Toca lidiar con una situación que se aleja bastante de lo que los economistas llaman first-best (situación óptima o ideal) y diseñar y adaptar un plan de trabajo que permita conseguir los dos objetivos básicos: aprobar los exámenes de Enero y mimar mi -siempre dubitativa- fe en la Economía. Habrá costes, pero no es una situación irreversible. Ni mucho menos.
No es éste un discurso que busque lo "políticamente correcto" o lo bienpensante pero hipócrita: creo en él profundamente aunque sé que, como siempre, habrá momentos de "crisis de fe" (el que esté libre de tales momentos que tire la primera piedra, por otra parte...).
Hoy por fin me he animado a hablar con algunos de los profesores que me evaluaron. El discurso ha sido sorprendemente similar en los dos lados (Micro y Macro: mis dos exámenes): he estado cerca, con mucho trabajo puede sacarse adelante... En el caso de la Microeconomía, la meta del "aprobado" ha quedado cuantificada en cuatro ridículos puntos por encima de mi nota (56 frente a 60). Es el momento de pensar que "me quedé a sólo cuatro puntos" en lugar de "saqué una nota cuatro puntos por debajo".
Por lo pronto, cuando salí de la facultad, el sol se asomaba por primera vez a través de las nubes que durante un día y medio habían cubierto College Park.
Canción del día / Chanson du jour (Dedicada a mis padres, a mi hermano y a todos esos buenos amigos que me han ayudado a madurar y a creer en esta entrada):
Intolerancias
2 months ago
3 comments:
Sin duda, Álvaro, ciertos tropiezos desinflan nuestro orgullo. El secreto está en traerlo tan hinchado de casa como sea posible: yo cuando acabé la carrera lo tenía a reventar, y diez años después de olvidar por dónde hay que soplar mi ego sigue manteniendo un tamaño considerable (aunque un poco fofo, si lo tocas).
Bromas aparte, voy a releer la magnífica discusión de la entrada anterior sobre "Gorz", y no porque sea confusa, sino por todo lo contrario.
Nadie sino tú parece tener en este momento la cabeza más fría y el diagnóstico más sensato. Admirable, no tengo nada que añadir a tu entrada.
Ánimo, Álvaro. Que esta contrariedad y esta decepción se conviertan en impulso para continuar. Un abrazo.
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