North's wife: But you never vote!
North: Because I am a rational voter!
Votar es una acción tremendamente compleja. La literatura en economía y en ciencias políticas ha abordado dos preguntas cruciales en torno al voto:
1. ¿Por qué votar?, ¿por qué incurrir en el coste de ir a las urnas cuando el impacto de un voto individual es mínimo (por no decir nulo)? La pregunta en mi situación tiene más sentido si cabe: he debido solicitar la documentación por correo (no una, sino dos veces porque cometí el error estúpido de no firmar en la primera solicitud) tras haber hecho algún viaje al consulado de España para registrarme en el censo de votantes. Confirmamos que
mi valoración de responsabilidad ciudadana sigue siendo lo suficientemente alta como para superar este primer obstáculo del análisis individualista racional.
2. El segundo escollo me resulta mucho más dramático y difícil de solventar. ¿Por quién votar? La literatura suele diferenciar entre dos tipos de actitudes:
- El voto ideológico por el que se vota a la opción que más se ajusta a nuestras preferencias. Es la idea que, de manera idealista o ingenua, suele presuponerse detrás de la democracia. La gente vota al partido con el que más se identifica y el congreso se constituye de este modo en una representación más o menos perfecta de las ideas y los intereses del conjunto de la sociedad.
- El voto racional. Ante la amenaza de que la opción menos preferida obtenga la victoria, el votante racional no votará por su opción preferida sino por aquella opción más cercana a sus idea y que tenga opciones de ganar (o simplemente de tener representación parlamentaria). Se trata abiertamente de minimizar el daño. El votante racional considera que de poco sirve votar al partido preferido si ello supone allanar el camino a otro partido que resulta catastrófico para sus intereses/ideas. El resultado de esta opción es lo que popularmente se conoce como "voto útil". ¿No es mejor al fin y al cabo estar gobernado por un partido malo que por uno pésimo? Triste pero racional consuelo.
Si bien creo tener una respuesta clara a la primera pregunta (mis creencias son lo suficientemente poderosas como para convertir el voto en una responsabilidad ineludible), no me pasa lo mismo con el segundo dilema. Las dos opciones que he planteado me parecen atractivas y presentan poderosos beneficios y costes cuyo balance neto me resulta complicado -cuando no imposible- de comparar. El 20N se acerca y dentro de poco tendré delante de mí las papeletas que me pregunten si quiero ser ideológico o racional.
Paradoja racional final: Incluso si me decido por el voto "racional", esta acción no deja de producirse dentro de un marco profundamente "irracional": un ser racional no se angustiaría lo más mínimo por la consecuencia o el sentido de su voto pues es perfectamente consciente de que su acción tiene un impacto nulo sobre el resultado final. No estoy seguro de que haya elegido las lentes más adecuadas para mirar el voto.