Las revueltas en países árabes han despertado un cierto sentimiento de optimismo y esperanza entre la opinión pública occidental. El sentir general es que podríamos asistir a la instauración de regímenes más democráticos en varios países de África. Túnez y Egipto son, claro está, los ejemplos más claros de esto. Algunos también se preguntan por la posibilidad de que el movimiento se extienda a otros países. Sin ánimo de ser demasiado aguafiestas, las revoluciones populares que hemos vivido en los últimos días me llevan más bien a adoptar una actitud sumamente prudente al redescubrirme lo lejos que estamos de comprender los mecanismos que aseguran la estabilidad de la democracia y garantizan un cambio institucional sostenible y creíble.
Una de las características de los países en vías de desarrollo es el papel que las élites juegan a la hora de garantizar un orden que contenga las tensiones y la tendencia a una explosión de violencia entre facciones o grupos de interés. Esto no es algo característico de los países pobres: Max Weber ya nos mostró el rol que el Estado tiene a la hora de monopolizar la violencia legítima y, desde una óptica más general, los distintos órdenes sociales a lo largo de la historia pueden verse como distintos intentos de controlar la amenaza de violencia que subyace en todas las sociedades. Al fin y al cabo, sólo después de lograr un "equilibrio pacífico" la sociedad puede preocuparse de producir, establecer relaciones comerciales o desarrollar las organizaciones que darán forma a las instituciones políticas y económicas. África es un ejemplo magnífico de cómo una primera respuesta para controlar la violencia pasa por un sistema de privilegio económico y político que beneficia a los grupos con mayor poder militar. Estos privilegios llevan a la creación de unas rentas económicas y políticas que, a pesar de su ineficiencia, previenen la explosión de violencia al "comprar" la lealtad de las élites: éstas prefieren gozar de los privilegios obtenidos en lugar de enzarzarse en luchas y guerras civiles (o no...). Una vez más, cabe recordar que esta lógica no es exclusiva de los países pobres contemporáneos: la Europa de antes de 1800 responde a esta misma lógica y sólo a partir de 1800 podemos encontrar algunos países que empiezan a gozar de lo que actualmente conocemos como un sistema económico y político desarrollado (en otras palabras: democracia, libertad económica y Estado del bienestar).
El desafío consiste en entender los mecanismos que permiten pasar de la lógica de privilegio (o acceso limitado) a otro orden en el que democracia y libertad económica mantienen el equilibrio virtuoso en el que algunos países nos encontramos.
Esto lleva a varias conclusiones y preguntas que dejo deliberadamente abiertas porque no tengo una respuesta clara aunque espero estar avanzando modestamente con el tipo de clases, profesores e investigación que Maryland me brinda:
- Necesitamos una teoría del cambio institucional que seguramente necesitará integrar el rol de la ideología y de las creencias así como una teoría de las organizaciones que vaya más allá de los clásicos en la disciplina. Ya se han dado pasos en este sentido pero la formidable complejidad del tema exige tiempo para que el lento pero implacable proceso de acumulación y avance marginal del conocimiento nos dé progresivamente resultados algo más estructurados.
- Para comprender el proceso de desarrollo, debemos entender las interacciones entre política y economía. Tanto los órdenes de acceso limitado como los órdenes sociales abiertos de los países desarrollados se caracterizan por una interacción entre la esfera económica y política que mantienen el equilibrio en el que se encuentra la sociedad. Mi escepticismo (o preocupación) sobre las perspectivas de Túnez o Egipto se debe a la poca atención que se presta a la realidad económica de estos países: no basta con garantizar elecciones abiertas y democráticas. ¿Seguirán en pie los privilegios económicos que benefician a una pequeña (aunque poderosa) parte de la población?, ¿quién asegura la credibilidad del nuevo gobierno? De momento sólo parece haber un inquietante vacío de poder en el que el ejército es amo y señor de la situación y la eterna amenaza de lucha entre facciones parece más real que nunca.
- En mi opinión, estas preguntas, dudas e inquietudes confirman más si cabe el interés de la historia económica para ayudarnos a comprender y a avanzar en el debate. La experiencia de los first movers nos ofrece algunas pistas de los factores que pueden contribuir a un desarrollo político y económico sostenible y efectivo. En los siglos XVIII y XIX los Estados Unidos, Inglaterra y Francia fueron los primeros países que culminaron esta transición a regímenes abiertos. ¿Cómo lo lograron? España ofrece en el siglo XX otro ejemplo más que interesante con su transición en los años 70. Por desgracia, España también nos muestra que tener elecciones democráticas no es, ni mucho menos, una condición suficiente para garantizar el éxito y la sostenibilidad del proceso de desarrollo. De ningún modo podemos concebir el cambio social como un proceso teleológico que desemboca necesariamente en la apertura política y económica: la II República española es un ejemplo dramático de cómo las viejas lógicas económicas pueden suponer un obstáculo insalvable para un nuevo orden.
No perdamos la esperanza, pero tomemos nota de todo esto cuando nos enfrentemos a los fascinantes cambios que están ocurriendo en los países árabes.
Intolerancias
2 months ago