Tras leer con inmenso interés los comentarios a la entrada anterior, intenté pensar en algunas posibles réplicas entre paseos después de la comida, preparación de las clases y carreras por el gimnasio. El problema es que una vez más subestimé el poder de los comentarios y de la generosidad de aquellos que de vez en cuando se pasean por este blog. Al margen de dedicar una entrada completa a mi "réplica" (un modo como otro cualquier de dar rienda suelta mi tendencia a alargarme más de la cuenta), me veo obligado a renunciar a una respuesta plenamente detallada a cada uno de los aspectos que se han mencionado. Aún así, las respuestas recibidas trazan una línea argumental preci(o)sa para abordar sin complejos muchos de los cabos sueltos de la entrada original. Vamos allá.
Salir del abstracto mundo de las denuncias teóricas y generales siempre es una práctica desagradecida y arriesgada. Las grandes proclamas y los ambiciosos planes de cambio pueden perder parte de su grandilocuencia cuando toca pasar al terreno de lo práctico y de las aplicaciones a nuestro día a día. El lector puede sentir cierta desilusión cuando comprueba que los rimbombantes enunciados de principios de los que se partía encuentran su reflejo en acciones mundanas y de efecto a menudo modesto y, en ocasiones, incluso incierto. Y sin embargo esta aplicación práctica es tanto o más necesaria que la denuncia teórica de la que se parte. No sólo porque una teoría sin aplicación práctica sería un absurdo ejercicio de retórica (o un paper destinado a Econometrica), sino también porque la praxis contribuye a hacer más transparentes las ideas principales y favorece un debate más amplio e informado al hacer más comprensible los objetivos que se persiguen. En este sentido, las batallas del autoproclamado gobernante Omar están llenas de sentido y son plenamente coherentes con las ideas que subyacen a mi entrada. No sólo porque el ahorro energético es uno de los muchos desafíos que hay que afrontar para reducir nuestra alarmante huella ecológica, sino también porque este tipo de medidas constituye lo que podríamos llamar medidas medioambientales Pareto-eficientes: la mejora medioambiental se acompaña de un beneficio económico (menor factura de la luz) y, por lo tanto, son un primer punto ideal para iniciar los puntos de un programa efectivo y libre de elitismos u oscurantismos. Todos ganamos con estas medidas (menos, claro está, los productores de bombillas: esos precursores de la diabólica obsolescencia programada tal y como se explica en el magnífico documental recomendado por Caterina, otra de las isleñas a la que habrá que seguir de cerca).
Por desgracia, aunque esto sea un buen primer paso, las políticas derivadas de la ética ecologista no podrán reducirse al grupo de medidas pareto-eficientes en la que todos somos felizmente más verdes sin cambiar sustancialmente nada en nuestro modo de vida actual. Nada nuevo bajo el sol, claro. Dziga pone el dedo en la llaga cuando pregunta por los individuos que optan autónoma y conscientemente por un comportamiento insostenible. Evidentemente la autonomía no puede constituir un punto y final en nuestra discusión. La ecología política requiere una ética de la responsabilidad a la Jonas que seguramente precisará, como mínimo, de algunos incentivos económicos y de regulación mientras comprobamos si la crisis económica o el debate ciudadano llevan a un cambio de mentalidad que fije los límites de tolerancia para nuestras sociedades. Algunos pensarán que romper con la obsolescencia programada y con el resto de manifestaciones de un sistema que profundiza en angustias y actitudes insostenibles requiere una salida del capitalismo. Puede ser. Puede que no tanto, después de todo. De momento creo que se han sugerido vías de acción tan necesarias como factibles en el corto plazo para iniciar YA un camino que no admite más demoras y que quizá nadie puede decir a ciencia cierta dónde nos lleva. Pero no nos angustiemos más de la cuenta por esto: el rol de las "unintended consequences" no es nada nuevo en nuestras sociedades (y en ocasiones estas consecuencias inesperadas han tenido resultados sorprendemente buenos).
El popperiano Quinlan apunta, como de costumbre, en otra dirección tan acertada como necesaria para entender mejor el terreno en el que nos estamos moviendo y ser bastante más cautos en nuestros desvaríos. De hecho, hace tiempo que una idea similiar me ronda por la cabeza: el gran éxito y la gran dificultad a la que nos enfrentamos son en realidad las dos caras de la misma moneda. Durante casi toda la historia documentada, el nivel de vida de las sociedades humanas se ha mantenido en un nivel constante y bajo. Sólo a partir de 1840-50 una parte del mundo empezó a gozar de un incremento sostenido del ingreso per cápita. Los mercados, la división del trabajo y el progreso tecnológico (y sí: el Estado y unos sistemas políticos cada vez más abiertos) jugaron un rol crucial en este sorprendente despegue. Tras miles de años luchando por escapar de un nivel de vida con tendencia al estancamiento y en niveles claramente bajos (aunque no necesariamente de subsistencia), las mismas fuerzas que han propiciado avances sin precedentes para algunos, nos ponen ante un desafío ecológico que se encuentra con el escollo de una mentalidad de acumulación naturalmente forjada durante siglos de lucha contra la miseria. Por puro respeto al lector (y a mis fuerzas para redactar) no me meteré -por ahora- en la crítica epistemológica de Quinlan. De momento, sólo dejaré constancia de que frente a la postura del venerable Popper, a mí me atraen más las definiciones de ciencia de las entrañables economistas transexuales.
Puede que al final todas estas reflexiones y divagaciones de ingeniería social resulten mortalmente aburridas, pretenciosas, irresponsables o irrelevantes (y tal vez todo a la vez) para un Quinlan o un Wallis cualquiera que no hacen más que pensar cómo la historia está llena de profetas y planificadores sociales que se dan de morros contra la imprevisible complejidad de nuestras sociedades. Entonces yo me me limitaré a contestar que en realidad yo sólo aspiro a planes quinquenales que acaban conmigo luciendo una corbata de colores crudos en un bar de Barcelona mientras pido la carta en un bar (vegetariano) de menús y que yo me entiendo y que aquí paz y después gloria.
Intolerancias
2 months ago
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