El infierno es blanco y frío. Aunque los clásicos identificaron correctamente algunos de los elementos característicos de este inframundo, no deja de ser sorprendente que errasen en algunos aspectos tan básicos como el color y la temperatura reinantes. Al fin y al cabo son características fácilmente apreciables y que nunca pasan desapercibidas para el condenado.
En mi primer (y fallido) intento de volver a Europa pude comprobar en toda su extensión la morfología y funcionamiento de este territorio del mal. La laguna Estigia está totalmente cubierta de nieve. Pura monotonía y desolación blanca. Nunca un elemento intrínsecamente diabólico gozó de tanto aprecio en la mentalidad colectiva. Incomprensible e injusto. El viajero, por su parte, debe en efecto abandonar toda esperanza y no soñar con encontrar ninguna facilidad que le ayude en esta etapa. Caronte no trabaja como taxista o conductor de metro. La travesía es penosa y requiere de cierta “suerte” para que algún alma caritativa le proporcione un medio de transporte. Digo “suerte” porque, como bien sabemos, la laguna Estigia no es más que la antesala del Hades. No hay nada de afortunado en concluir la travesía.
El Hades profundiza en la frialdad y desolación transmitidas por la nieve pero de un modo diferente y, sin duda, más cruel y sutil. El Cancerbero no es sino un control de seguridad que inculca en el condenado una sensación de indefensión y de vulnerabilidad que no le abandonará durante el resto del periplo. La arquitectura del Hades es fría, impersonal y previsible. Se suceden los locales “Duty free” (o vacuidad libre de impuestos) y otros lugares comunes de escaso o dudoso interés. Lo peor es la sensación de extravío, incertidumbre y, como dijimos, vulnerabilidad ante un sistema que se despliega ante nosotros de manera extraña y casi misteriosa. Cuando el condenado descubre que debe permanecer en el Hades un tiempo indefinido (la condena se administra lentamente haciendo creer que sólo se producirá un breve retraso en la salida hasta que se confirma que la estancia será indefinida) no hay asidero posible. El alma en pena se ve arrastrada por una marea en la que, al intentar salvarse de manera compulsiva, todos entorpecen a todos. Se producen inmensas colas intentando alegar que hay un error, que uno fue muy buena persona en la otra vida y que no debería estar ahí. Los instintos más bajos salen a relucir. La paciencia y la empatía ceden ante la desesperación, el agotamiento y la impotencia. La violencia canaliza el inmenso sentimiento de frustración. Todo es en vano. Los mecanismos de la gran maquinaria son inmunes a los intentos de rebeldía de esos pequeños individuos. Los demonios de Ivan Illich cobran vida y los hombres se ven sometidos a la dictadura de una maquinaria exquisitamente racional pero perversa sobre la que en algún momento creyeron tener el control.
Su vuelo ha sido cancelado. Bienvenido al infierno.
Canción del día/Chanson du jour
Intolerancias
2 months ago