Dedicado a Pablo, un amante de la carne al que quiero tanto como admiro
Sí, soy
vegetariano. Hace algunos años decidí que lo correcto era dejar
de comer carne y pescado. Aunque la decisión se ha mantenido, su motivación ha
evolucionado y cambiado sustancialmente. Acabé desechando los argumentos
ecológicos de mis inicios y me acabé decantando por razones de
corte filosófico para justificar mi vegetarianismo. Siempre he sido consciente de que mi decisión siempre
estará sometida a una re-evaluación continua. Puede que en el futuro me
encuentre con argumentos que refuercen o cambien mi motivación para el
vegetarianismo. También, quién sabe, puede que en algún momento un amigo, una
cita, un artículo o un libro me acaben convenciendo de que en realidad hay
argumentos más convincentes y poderosos para comer animales. No es algo que me angustie. Lo único
que puedo decir es que, de momento, ser vegetariano me parece lo mejor que
puedo hacer dada la evidencia de la que dispongo, mis creencias y mi visión del
mundo.
Que el vegetarianismo
sea “lo mejor” o “lo correcto” para mí no quiere decir que lo sea para el otro.
Por eso no veo al “omnívoro” con ningún complejo de superioridad moral (ni, por cierto, creo
que el vegano deba mirarme a mí con aires de suficiencia). ¿Quién soy yo para
condenar a un carnívoro empedernido si hace, digamos, diez años yo era el
primero en dar buena cuenta de cualquier plato de jamón que se me pusiera por
delante? Lógicamente, y sería hipócrita negarlo, cuando sale el tema de la
comida seguramente experimentaré mayor simpatía por la persona que decide no
comer cerdo y ternera (aunque sí coma pollo y pescado) que por el carnívoro empedernido.
Eso no está reñido con el hecho de entender las razones que el carnívoro tiene
para adorar la carne. De hecho admito cierto interés por debatir el tema cuando
me lo proponen porque me parece interesante intercambiar argumentos. Al fin y
al cabo la re-evaluación constante de las ideas de uno funciona a través de
esos diálogos e intercambios de ideas.
Como vegetariano
no me engaño ante el hecho de que, por mucho que argumente y debata, mi postura
es y será minoritaria. Se me hace difícil vislumbrar un futuro cercano (o incluso factible) en el que una mayoría de españoles renuncien al jamón ibérico, las
gambas o el chorizo (o que mis colegas de Utah dejen las hamburguesas por
el seitán). Pese a ello, me alegro cuando iniciativas como el Meatless Monday
(los lunes sin carne) empiezan a ser más populares, o cuando cada vez hay más
artículos denunciando el consumo excesivo de carne y recomendando su consumo en
cantidades más moderadas o cuando cada vez más menús en restaurantes se
aseguran de incluir al menos una opción vegetariana. No es mi mundo ideal (y
probablemente nunca lo será), pero es algo que se le parece más. Así pues,
vale la pena seguir hablando, visibilizándonos (por ejemplo preguntando por
opciones vegetarianas en restaurantes que no las incluyen en su menú) y, en
definitiva, intentando que las cosas se parezcan un poco más a ese “ideal
vegetariano” que albergo.
En ocasiones
pienso que mi vegetarianismo ha sido determinante en mi manera de entender la
política. Me gustaría que la gente estuviera abierta a reexaminar constantemente
sus ideas y que no nos desesperáramos o despreciásemos al otro cuando defiende
posturas diametralmente opuestas a las nuestras. Lo ideal sería entrenar nuestra simpatía
crítica para entender de dónde provienen esas diferencias con el
otro. Todo esto, claro está, no debería estar reñido con luchar y perseguir lo
que creemos que es justo. En este sentido, seguramente sería útil tener claro
quién podría ser nuestro potencial aliado en la batalla política... aunque coman
pollo o pescado de vez en cuando. La cerrazón en nuestro propio grupúsculo
sólo es una buena receta para la irrelevancia. Al fin y al cabo creo que ha quedado claro que no
toda la “casta omnívora” es lo mismo, ¿no? Seguramente, si uno está condenado a
ser una minoría absoluta (o incluso si no lo está), hay que lidiar con la
certeza de que el mundo no se transformará en lo que queremos de la noche a la
mañana y que quizá tampoco lo hará el año que viene. Sin embargo eso no puede
ser excusa para caer en la inmovilidad o no luchar por lo que creamos justo. Y,
por descontado, bienvenidos sean los que nos animen a movernos un poco más e
intenten convencernos de que sí se puede… ¡porque claro que se puede!
Dicho esto,
tampoco conviene hacerme mucho caso. Al fin y al cabo recuerden que soy un tipo
capaz de decir que el tofu está bueno.