Dedicado a Daniel y su anzuelo
Puede que sean cosas de la edad, pero en los últimos meses varios amigos y primos han decidido tener hijos. La feliz noticia suele ir acompañada de varios comentarios (más o menos jocosos) sobre lo que tener un hijo conlleva. Canciones infantiles copando los primeros puestos de los hits musicales de la casa (y del coche), investigaciones interminables sobre pañales, comida en los lugares más recónditos, horas de sueño como bien más preciado... Aunque tengo más bien poca (ninguna) experiencia con el tema de los hijos y esa posibilidad de momento parece, en el mejor de los casos, algo remoto, me sorprende el hecho de que en general varios de los amigos deciden tener un segundo hijo. Y digo que me sorprende porque el segundo hijo podría interpretarse como la prueba de que los "costes" de que tanto se quejan no son para tanto. Una pregunta algo más inquietante para mi alma de economista sería la de lo que ocurre es que los padres son "irracionales". ¡¿Serían capaces de tener un nuevo niño aún sabiendo los terribles costes a los que deben hacer frente?!
El razonamiento que subyace a mis preguntas e inquietudes es algo muy del
gusto de los economistas. La decisión para tener un nuevo niño puede simplificarse con algo del tipo
U(x)=B(x)-C(x)
Donde U(x) es la utilidad derivada de los hijos, B(x) los beneficios de los hijos y C(x) representa los costes de la prole. Que los no iniciados no se dejen intimidar porque no hay nada de misterioso en la expresión anterior. La única idea que refleja es que la utilidad (placer, felicidad...) que se deriva del niño viene dada por la diferencia entre los beneficios y costes que resultan de tenerlo.
Obviamente, si U(x)>0, la persona (el padre/madre) tiene incentivos a tener hijos. De lo contrario, mejor
abstenerse porque sería irracional (estúpido) hacer algo que va a resultar en una disminución de la felicidad.
Las quejas por los pañales, caos, cancionero infantil y demás apuntan a la variable C(x) en la ecuación anterior.
Lo cierto es que tener un hijo aún cuando los beneficios (B(x)) son menores que los costes (C(x)) podría tener cierto sentido incluso
desde el punto de vista "racional". Y la primera razón es la incertidumbre sobre los elementos que componen nuestra función de utilidad. En ocasiones los costes o
sacrificios de tener un hijo pueden ser muy inciertos o simplemente
imprevistos y puede que la única manera de conocer su verdadera magnitud
sea teniendo uno. Uno podría pensar
a priori que los beneficios del hijo claramente exceden a los costes, pero cuando la criatura está ahí y uno descubre en su propia piel los verdaderos costes...
El problema de la incertidumbre es que no es un argumento válido para los (múltiples) casos de amigos y primos que han decidido tener un segundo hijo. ¡Eso ya revela una preferencia bastante clara por
el hecho de tener descendencia aún sabiendo los costes en términos de
noches en vela, galletas en el CD del coche o canciones infantiles resonando sin piedad! No nos desesperemos. Todavía quedan algunas alternativas para que el alma del economista descanse tranquila y preserve su sacrosanto principio de racionalidad.
La ecuación con la que empezábamos el análisis no deja de ser algo que podría explicarse de manera
simplona o tautológica. El padre o madre puede tener una preferencia personal
por los niños o simplemente puede considerar que cualquier coste no
puede compararse al beneficio de crear una vida, o una sonrisa, o aquello que el hijo le aporte. En pocas palabras: es perfectamente legítimo que la persona que toma la decisión crea que B(x) es poco menos que infinito. ¡Y para los economistas lo de "
De gustibus non est disputandum" es sagrado! La persona decide tener hijos porque lo prefiere y nuestra ecuación no es más que una matematización de la
tautología. Nos guste o no, la teoría de la utilidad muchas veces no aporta mucho más que un simple razonamiento circular por muchas letras griegas y derivadas que le añadamos. Una explicación más elegante (pero que en el fondo es lo mismo) es hablar de "ideología" o "creencias": hay que tener niños
porque es lo correcto, porque los homosexuales amenazan la supervivencia de la raza humana (
sic), porque Dios así lo quiere... Todo ello son explicaciones de que la gente considerase que tener hijos conlleva unos beneficios tan exorbitantes que cualquier coste en que se incurra es despreciable. La mayor parte de mi familia y amigos no encajan demasiado bien en el tipo de creencias o ideologías que suelen estar asociadas con una mentalidad pro-natalista (aunque algunos sí pueden mostrar un legítimo gusto por los niños), por ello conviene seguir explorando la racionalidad de tener más niños aún sufriendo altos costes por ello.
En el colmo de mi osadía, el siguiente argumento extiende el análisis de la función al campo de la Sociología o de las relaciones de poder en nuestras sociedades. Hablo de osadía porque cuando un economista habla de racionalidad, inmediatamente debe enfrentarse al arqueo de cejas del sociológo y a la crítica de que la racionalidad de los agentes tan comúnmente aceptada y asumida por los economistas es una falacia. Al fin y al cabo "
todo es social", ¿no? Me gustaría demostrar que no hay nada incompatible entre mi razonamiento de partida y algunos de los argumentos sociológicos que podrían esgrimirse. Hablemos de explotación.
Puede darse el caso de que la decisión de tener otro niño sea tomada unilateralmente por uno de los miembros de la pareja que además
no internaliza (no sufre) todos los costes que ello conlleva. En otras palabras: existe el riesgo de que haya una explotación de género en la que el hombre decide que se tenga un nuevo hijo, pero luego él se desentiende de todas sus responsabilidades y a ella le toca apechugar con los altísimos costes del hijo. La decisión de tener el hijo es racional desde el punto de vista individual (el hombre puede derivar un beneficio sin coste alguno y además goza de la capacidad de decisión al respecto) pero no desde el punto de vista social (no se tiene en cuenta el coste global para la pareja porque la mujer "no cuenta"). Una vez más, me gusta pensar que mis amigos y primos están haciendo todo lo posible por minimizar la injusta situación de la mujer en nuestras sociedades, pero por desgracia no es descartable que estas sigan ocurriendo en muchos otros casos.
No abandonamos el lado más oscuro del análisis porque el maquiavelismo y crudeza analítica económicos admiten una última posibilidad que resulte en un nuevo niño aún sabiendo que los costes serán aberrantemente altos:
los padres rehenes. Al tener un niño, los padres descubren que los
costes de la prole son mucho más altos de lo que pensaban, pero que también sería
mejor tener un segundo hijo porque así el primero aprenderá a compartir,
no se sentirá tan solo, etc. Es decir, la existencia del
primer vástago hace recomendable que nazca el segundo aunque ya se sea perfectamente consciente de los altos costes que ello implica. Admito que es una
hipótesis desagradable, pero no deja de ser un argumento "muy racional" que explicaría por
qué es posible que los abnegados padres conozcan que C(x)
es desmesuradamente alto pero aún así tener una segunda criatura.
Volviendo a mi círculo más intimo, me parece que el fanatismo pro-natalista no es el tipo de creencias que impera, además me gusta creer que mi familia y amigos son un modelo de cómo avanzamos en la
progresiva igualdad de hombes y mujeres en la vida y decisiones de pareja. Por si esto fuera poco, las fotos
que recibo en chats y redes sociales no hacen pensar que esas entrañables criaturas hayan tomado a
alguien como rehén. Por lo tanto seguiré pensando que detrás de las lógicas
quejas de padres y madres al borde de la extenuación y quiebra
psicológicas más absolutas, se oculta algún gran beneficio. Y es que al final, con permiso de la incertidumbre, la explicación más sencilla puede ser la mejor. ¿Qué hay de malo en confesar que a uno los niños le vuelven loco... en el buen sentido?