Thursday, September 20, 2012

Coste de oportunidad y falsos ahorros

Cada vez que compro en el supermercado de la esquina utilizo una de las miles tarjetas de fidelidad que he acumulado en estos cuatro años por los Estados Unidos. El uso de la tarjeta permite obtener descuentos en ciertos artículos. Cada ticket explica cuánto se ha ahorrado en la compra y cuántos ahorros se han logrado gracias a la maravillosa fidelidad al supermercado.

El problema con esta historia es que los ahorros que se imputan no lo son. O al menos no lo son en su totalidad. Para entender esta mentirijilla comercial-propagandística, debemos recordar un concepto básico en economía: el "coste de oportunidad". El coste de un determinado servicio, actividad o bien "X" no es el precio que pagamos por él sino el valor de la actividad, servicio o bien "Y" al que se ha renunciado al optar por "X". El coste de oportunidad de "X" es el valor de ese "Y" más valioso al que se renuncia para su consumo. Por ejemplo, el coste de oportunidad del doctorado en el que estoy no es el resultado de sumar las tasas académicas, horas de estudio y gastos en libros en los que incurro. Si, imaginemos, mi mejor alternativa al doctorado fuese repartir pizzas obteniendo un beneficio neto anual de 20.000$, diríamos que el coste de oportunidad de mi doctorado es de 20.000$.

¿Qué tiene que ver esto con mi compra en el supermercado de la esquina? Veámoslo. Mi última compra produjo el siguiente ticket:
La factura muestra que compré unos huevos que valían 3.29$ pero que, al usar la tarjeta de fidelidad "VIC card" obtuve un descuento de 1.29$, por lo que pagué 2$ por los huevos. Esos 1.29$ descontados se contabilizan en su totalidad como ahorro. ¿Lo son? No. Al menos no en su totalidad.

Si exceptuamos algunas (importantes) consideraciones éticas y medioambientales, el huevo es un producto bastante homogéneo en el que poco importa la marca que se adquiera. Los huevos que elegí -cuyo precio original antes de descuento era de 3.29$- no eran los más baratos. Había otra marca que ofrecía el mismo tipo de huevos ecológicos (y mismo tamaño) por 2.5$. Tras considerar el descuento, opté por los huevos de 3.29$  porque con la tarjeta de fidelidad pagaría 2$. La clave es que el coste de oportunidad de esos huevos es lo que hubiera pagado si no tuviese tarjeta de fidelidad, y en ese caso no habría comprado los huevos de 3.29$ sino los de 2.5$. Dicho de otro modo, los 2$ que pagué representan un ahorro de 0.5$ con respecto a la alternativa más valiosa (en este caso más barata) que tenía. No es correcto decir que el ahorro del que me he beneficiado al comprar esos huevos con la tarjeta de fidelidad es de 1.29$. Me temo que lo mismo puede decirse de la mayoría de esos 58.3$ ahorros anuales acumulados que el ticket anuncia a bombo y platillo.

Evidentemente hay casos en los que la totalidad del descuento sí puede considerarse como un ahorro. Esto ocurriría si el descuento se aplicase sobre el producto más barato o sobre un producto que no lo es pero que de todos modos queremos comprar (quizá porque tenemos una fuerte preferencia por la marca  y nos importa poco el precio de las alternativas). Como me temo que el descuento de mi tarjeta de fidelidad pocas veces recae en una de esas categorías, mi mirada de economista seguirá rebajando considerablemente la euforia que mi supermercado de la esquina intenta transmitir con sus tickets y sus recompensas a la fidelidad.

Saturday, September 15, 2012

Saturday morning

Scenic World by Beirut on Grooveshark

... and the sunsets are all breathtaking.

Thursday, September 13, 2012

Una (discutible) teoría de la clase política española: crítica del artículo de César Molinas

El artículo de César Molinas "Una teoría de la clase política española" publicado en El País el 9 de septiembre ha tenido un gran impacto. En el momento en el que escribo, ha sido mencionado directamente 21700 veces en Facebook y 11691 en Twitter. Los comentarios cubren todo el espectro imaginable. Mis amigos en las redes sociales suelen citarlo con aprobación mientras que @Pau_Dziga me comenta que sus contactos en Twitter han piado furiosamente contra las ideas del artículo.

La idea básica que Molinas defiende es que la descentralización administrativa y política que surgió de la Transición española propició la consolidación de una clase política rentista (Molinas la asimila a las élites extractivas de Acemoglu y Robinson) que evita cualquier atisbo de reforma de nuestro sistema económico y político y agrava las consecuencias de la crisis económica. El sistema electoral proporcional es otro de los factores que el autor señala como culpable en el sostenimiento y perpetuación de unos grupos políticos aislados y únicamente preocupados por aumentar las rentas que controlan.

El artículo es muy sugerente e intenta ofrecer una visión general y profunda de la realidad española. Sin embargo, creo que distorsiona aspectos esenciales para comprender el pasado, presente y futuro de España. Me centraré en tres puntos: las relaciones entre el sistema político y las instituciones políticas y económicas de un país, la afirmación de que la Transición generó una clase política extractiva y el énfasis únicamente en los factores políticos para explicar la situación española.

Sistemas electorales y desarrollo político

César Molinas recomienda el cambio del sistema electoral para implantar un sistema mayoritario del tipo  first-past-the-post. Según él,
No existe un sistema electoral perfecto -todos tienen ventajas e inconvenientes- pero, por todo lo expuesto hasta aquí, en España se tendría que cambiar de sistema con el objetivo de conseguir una clase política más funcional. Los sistemas mayoritarios producen cargos electos que responden ante sus electores, en vez de hacerlo de manera exclusiva ante sus dirigentes partidarios. Como consecuencia, las cúpulas de los partidos tienen menos poder que las que surgen de un sistema proporcional y la representatividad que dan de las urnas está menos mediatizada.
Aún manteniendo cierta prudencia, Molinas asegura que un sistema mayoritario mejorará la clase política española. El artículo no ofrece ningún tipo de explicación de los mecanismos por los que esto podría ocurrir. Como él mismo, reconoce, cada sistema electoral presenta ciertas ventajas e inconvenientes. En el caso de los sistemas proporcionales frente a los mayoritarios la disyuntiva es la de gobernabilidad frente a representatividad. Los sistemas mayoritarios favorecen la gobernabilidad porque es más sencillo hacerse con una mayoría en el Parlamento o en el Congreso (el candidato más votado en el distrito se lleva todos los escaños). El precio de la mayor gobernabilidad es la representatividad: el partido que se queda un sólo voto por debajo del ganador no obtiene ningún escaño. Las ventajas e inconvenientes del sistema proporcional son, lógicamente, simétricos: hay mayor representatitivad a costa de exacerbar los problemas de gobernabilidad.

La estabilidad, apertura o calidad del sistema político no presenta una correlación demasiado intuitiva o evidente con la existencia de un sistema mayoritario o proporcional. Francia o Estados Unidos tienen sistemas mayoritarios, mientras que Alemania utiliza un sistema proporcional. Los tres son países política y económicamente desarrollados y tienen una clase política mucho más madura y presumiblemente menos expuesta a los defectos que César Molinas achaca a la política española.

La historia también demuestra que los costes del sistema mayoritario pueden ser muy importantes en países con una democracia en vías de consolidación (o de creación).  Sin ir más lejos, la II República  fue el último régimen español que optó por un sistema mayoritario aunque en una versión más suave que la propugnada por Molinas: el ganador del distrito se llevaba 80% de los escaños y la segunda candidatura el 20%. Los problemas que se generaron son conocidos: las elecciones de 1931 forjaron una mayoría socialista-republicana que nunca fue del todo aceptada por la derecha y que muchos califican de poco representativa de la sociedad española. La posterior la victoria del centro-derecha en 1933 también fue magnificada por el sistema mayoritario y contribuyó a la radicalización y alejamiento de la vía parlamentaria de importantes grupos como el partido socialista.

La conclusión es que el sistema electoral es un predictor muy pobre del funcionamiento político de una sociedad. Debemos buscar otros elementos que nos ayuden a comprender otros factores más determinantes a la hora de influir a las instituciones políticas y económicas. Los dos siguientes puntos se centran en este aspecto.

La existencia de unas élites extractivas

Molinas es muy explícito en su utilización del concepto "élite extractiva" que Acemoglu y Robinson han puesto de moda. Citando el trabajo de estos dos monstruos de la economía y de la politología, se nos explica que
Una élite extractiva se caracteriza por "Tener un sistema de captura de rentas que permite, sin crear riqueza nueva, detraer rentas de la mayoría de la población en beneficio propio".
Para Molinas, el génesis de esta élite política española se sitúa en el sistema político salido de la Transición española (1975-1978). Las listas cerradas, la descentralización del sistema administrativo y de partidos y la proliferación de administraciones regionales son señalados directamente como responsables del anquilosamiento de los partidos políticos y de la inoperancia de nuestro sistema político para hacer frente a  la crisis. Para el autor, la descentralización de las Cajas de Ahorros (con la correspondiente facilidad para financiar negocios ruinosos para pagar lealtades políticas) y la perpetuación de estructuras caciquiles locales fueron algunos de los resultados de este "café para todos" autonómico y local.

El argumento tiene algo de cierto. El problema es que la manera en que César Molinas presenta los hechos haría pensar que la Transición fue el episodio clave en la creación de la clase política rentista española. Lejos de ser así, la existencia de "élites extractivas" es una constante en la historia de la humanidad y, más importante aún para lo que nos ocupa, en la historia de España. En su trabajo, Acemoglu y Robinson consideran que las instituciones extractivas son a la vez síntoma y causa del subdesarrollo. Esta idea es similar a los "natural states" que North, Wallis y Weingast  (NWW) describen en su Violence and Social Orders: a Conceptual Framework for Interpreting Recorded Human History. Según nos explican (p. 30),
"A natural state manages the problem of violence by forming a dominant coalition that limits access to valuable resources – land, labor, and capital – or access to and control of valuable activities – such as trade, worship, and education – to elite groups. The creation of rents through limiting access provides the glue that holds the coalition together, enabling elite groups to make credible commitments to one another to support the regime, perform their functions, and refrain from violence".
Es decir, el control de la violencia no se logra mediante un sistema político inclusivo o unos mercados  competitivos sino a través de un acuerdo entre élites políticas, económicas, religiosas y de diversa índole que "se reparten el pastel" ocupando el poder político y creando monopolios y otros medios creadores de rentas que sustentan su interés por la paz en lugar del conflicto. ¿Por qué "natural states"?
"The natural state is natural because, for most of the last ten thousand years, it has been virtually the only form of society larger than a fewhundred people that has been capable of securing physical order and managing violence".  (p. 31)
En efecto, la totalidad de las sociedades hasta finales del siglo XVIII o mediados del XIX respondían al esquema de los natural states de NWW. Incluso en nuestros días la mayoría de la población mundial vive en países donde las libertades políticas son reducidas (o simplemente inexistentes), el acceso a los mercados o  la formación de empresas depende de las conexiones que uno tenga con las élites dominantes y las leyes están en las antípodas de la impersonalidad..La historia de España no es una excepción: que el país ha estado tradicionalmente dominado por unas élites (políticas, financieras, militares, religiosas...) es algo que está fuera de toda discusión (piénsese, por citar ejemplos de nuestra historia contemporánea, en la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera, el franquismo... la II República merece un capítulo aparte que va mucho allá del tema que nos ocupa). En cualquiera de estos periodos, podríamos aplicar la descripción que César Molinas utiliza para describir al sistema político de nuestros días:
"la clase política española se ha dedicado a colonizar ámbitos que no son propios de la política como, por ejemplo y sin ánimo de ser exhaustivo, el Tribunal Constitucional, el Consejo General del Poder Judicial, el Banco de España, (...), los reguladores sectoriales de energía y telecomunicaciones, la Comisión de la Competencia…"
El texto apunta que esta situación se agravó con el sistema político surgido de la Transición. Esto es una grave distorsión de la historia política y económica española dado que las relaciones de favor entre la política y la economía han sido una constante en la historia de España y, a pesar de ser claves para entender su subdesarrollo político y económico, no son algo nuevo surgido de (o agravado por) la Transición. Es cierto que nuestra democracia es imperfecta y presenta muchos residuos del natural state que éramos hace tan sólo cuarenta años, pero también es muy cierto que en las últimas décadas España ha desarrollado un control político del ejército, unos servicios públicos universales o una alternancia política en el poder que acerca al país a los sistemas inclusivos occidentales más avanzados de nuestros días (EEUU, Francia, Inglaterra, Alemania...).

Los avances de España en los últimos treinta años no quita que nuestra democracia no sufra de importantísimas imperfecciones: un país que se llama democrático no puede tener Dívares en su magistratura, no puede manipular a su antojo los consejos de administración de la televisión pública, no puede establecer relaciones incestuosas con cajas de ahorro para convertirlas en un cementerio de elefantes-amigos-políticos... Pero, con un poco de perspectiva, ¿acaso esperábamos que de la noche a la mañana un natural state (o sistema extractivo) de libro como era España se transformase en un ejemplo de democracia, transparencia y apertura? Arrastramos defectos forjados durante siglos. No conozco ningún país que haya sido capaz de revertir sosteniblemente sus instituciones políticas y económicas en tan sólo 34 años. Sería injusto pedirle lo mismo a España.

La crítica, el inconformismo y el debate (elementos imprescindibles en cualquier sociedad libre y abierta) no deberían olvidar o borrar de un plumazo los logros de nuestra joven democracia. Tampoco deberían despreciarla como algo moribundo o fatalmente corrupto. Que España no juega, ni de lejos, en la "Champions League" de la política o la economía mundiales me parece algo fuera de toda duda. Sin embargo, el mero hecho de que hoy en día pensemos que un país más democrático y abierto (en lugar de un país de Tejeros o de alternancias caciquiles) está a nuestro alcance ya constituye el gran logro de nuestros modestos 34 años de democracia. Al caracterizar a España como un "natural state" o "sistema extractivo" en su vertiente política, César Molinas obvia la dinámica española en las últimas décadas.

No soy tan iluso como para creer que todo el mundo compartirá este balance -moderadamente optimista- de la evolución política española, pero creo que pocos discutirán la idea de que las últimas tres décadas han supuesto un avance sin parangón que abre posibilidades impensables en los sistemas políticos que dominaron el país en los cinco siglos anteriores.

El "equilibrio doble" entre política y economía

El artículo de César Molinas tiene un último e importante sesgo: su teoría, diagnóstico y solución se centran únicamente en el aspecto político. Esto es una limitación muy seria para comprender la realidad de cualquier sociedad. Además, esto se presta a interpretaciones poco amables cuando, como señala Ignacio Escolar, descubrimos que el autor es un experto financiero con una amplia experiencia en el sector de la banca de inversión. Podría pensarse que el autor prefiere centrar la crítica y las reformas al aspecto puramente político para evitar reformas algo más dolorosas en su ámbito profesional.

El desarrollo político y económico son las dos caras de una misma moneda. El uno no existe sin el otro y su interacción ha reforzado (o, a lo peor, destruido) los órdenes sociales a lo largo de la historia. En palabras de NWW, existe un "doble equilibrio" (double balance) entre economía y política, es decir
"a correspondence between the distribution and organization of violence potential and political power on the one hand, and the distribution and organization of economic power on the other hand" (p. 20).
No podemos entender el poder y las instituciones políticas sin entender quién tiene el poder político económico. Del mismo modo, no podemos entender de dónde emana el poder económico si no entendemos la lógica que rige la esfera política. El uno lleva y sostiene al otro y viceversa.

No disponemos aún de una teoría completa y ampliamente aceptada sobre cómo interaccionan la esfera política y la económica en las sociedades desarrolladas y subdesarrolladas, pero no tener una respuesta segura no implica que no podamos descartar algunos enfoques parciales y falsos. Sesgar el análisis en favor de una sola dimensión (ya sea la política o la económica) da como resultado un fracaso tan estrepitosos como el de las privatizaciones a mansalva en los años 90 del siglo XX (Rusia, Argentina...) o los recientes intentos de implantación de la democracia en Irak o en Afganistán por parte de fuerzas externas. Lejos de traer desarrollo, paz y prosperidad, estos experimentos han creado poderosos grupos de interés o mafias que controlan los recursos de los países y las tensiones sociales se han acentuado hasta cobrar la forma de guerra civil en los casos afgano o iraquí. El problema ha sido que en todos estos ejemplos se ha buscado una reforma puramente económica o política que no ha funcionado al chocar frontalmente con la lógica que rige el funcionamiento de la otra esfera y de la sociedad en general.

Resumiendo, frente a nuestra ignorancia y la extrema complejidad de desentrañar la maraña institucional política y económica, los trabajos de NWW y de Acemoglu y Robinson ofrecen puntos de partida imprescindibles y  sugerentes. Pero las conclusiones y lecciones que podemos extraer distan mucho de ser las expresadas por César Molinas. Una reforma meramente política que olvide la otra cara de la moneda (la dimensión económica) nos lleva poco menos que a, como dicen los ingleses, representar Hamlet sin el príncipe. Ya no es simplemente que, en palabras de Molinas, "un sistema mayoritario no es bálsamo de Fierabrás que cure al instante cualquier herida". Si se descuidan los factores determinantes del desarrollo de un país, se descontextualiza la situación española y se olvida la  interacción entre la economía y la política, nuestro castizo bálsamo de Fierabrás queda reducido a un pretencioso pero inocuo remedio homeopático.


Friday, September 7, 2012

Free lunch

"There is no free lunch in theoretical analysis"
Mas-Colell, Winston y Green, Microeconomic Analysis

Hace unos días recibí un mail del departamento de Economía:
"Left over pizza in the Economics mailroom. Please feel free to help yourselves".
No dudo que la pizza voló a los pocos minutos de mandarse el mail. Me fascina la reacción de la gente ante los anuncios de comida gratis. En este caso el mail estaba más que justificado (la alternativa era tirar la pizza y que nadie la disfrutase) pero en más de una ocasión he observado con cierto estupor verdaderas carreras por hacerse con algún trozo de la pizza/pastel/tapa que se ofrecía en algún acto público de la universidad.

Puede que años de escasez y lucha contra la miseria hayan grabado a fuego un comportamiento ya casi instintivo y con mucho sentido evolutivo en las sociedades poco desarrolladas: lucha por hacerte con la máxima cantidad de comida "fácil" que se ponga a tu alcance dado que quién sabe si en el futuro será la subsistencia será más complicada. El razonamiento fue totalmente válido durante la mayor parte de nuestra historia cuando todo el mundo parecía condenado eternamente a la maldición malthusiana. Aún en nuestros días una gran parte de la población no ha escapado a la lucha contra la subsistencia. Sin embargo, este comportamiento es paradójico en lugares como los Estados Unidos o la Unión Europea donde se debe hacer frente al problema opuesto: más de un tercio de los estadounidenses son obesos y más de 25.5 millones de estadounidenses mayores de 20 años (esto es, el 11.3% del total) sufrían diabetes tipo 2 en 2010. Por si esto fuese poco, existe evidencia de que los hábitos en el consumo de carne occidental son excesivos y provocan serios problemas medioambientales.

A pesar de todo, tanto en España (cuando aún eran años de vacas gordas, por cierto) como en los Estados Unidos me he encontrado con que persiste nuestra fascinación y reacción cuasi-instintiva de abalanzarnos sobre la comida gratis.

Tal vez los años en la opulencia mitiguen estos hábitos forjados durante siglos. No obstante es interesante comprobar que las contradicciones generadas en y por el sistema sigue siendo una idea altamente sugerente y aplicable a campos muy distintos: el éxito del capitalismo en la producción de bienes y servicios no se ha visto acompañado de cambios igual de profundos en el comportamiento y reacciones de las personas. El resultado es un desafío mayúsculo e infinitamente complejo de solucionar en lo que respecta a la salud pública y la sostenibilidad de nuestras sociedades.

Wednesday, September 5, 2012

En los orígenes del Imperio de la libertad

Tras dar muchas vueltas al tema del desarrollo de los Estados Unidos y de las relaciones entre los colonos británicos y los nativos que poblaban las tierras de norteamérica, en 1826 el jurista James Kent acabó por esgrimir el único argumento posible para describir e intentar justificar el proceso de "adquisición" de tierras:
"Each nation claimed the right to regulate for itself, in exclusion of all others, the relation which was to subsist between the discoverer and the Indians. That relation necessarily impaired, to a considerable degree, the rights of the original inhabitants, and an ascendency was asserted in consequence of the superior genius of the Europeans, founded on civilization and Christianity, and their superiority in the means and in the art of war. (...) The settlement of that part of America now composing the United States has been attended with as little violence and aggression, on the part of the whites (...) as is compatible with the fact of entry of a race of civilized men into the territory of savages".
Unas décadas más tarde, Theodore Roosevelt, quien sería presidente de los Estados Unidos entre 1901 y 1909, tampoco se andaba por las ramas:
" To recognize the Indian ownership of the limitless prairies and forests of this continent - that is, to consider the dozen squalid savages who hunted at long intervals over a territory of thousand square miles as owning it outright- necessarily implies a similar recognition of the claims of every white hunter, squatter, horsethief, or wandering cattle-man. (...) With the best of intentions, it was wholly impossible for any government to evolve order out of such chaos without resort to the ultimate arbitrator -the sword".